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Vivir amurallado


El muro estaba allí. Nadie sabía cómo ni desde cuándo. ¿Quién lo habría construido... o qué?, se preguntaba.

 

Había tratado varias veces de sortearlo pero no tenía grietas ni aberturas por ningún lado. La altura era infranqueable y el grosor, indestructible. En vano había tratado de gritar a través de él. No parecía haber nadie escuchando del otro lado.

 

El paso del tiempo empezó a mermar su determinación y, al cabo de algunos días, ya casi ni alzaba la voz. Para qué si no vale la pena, se decía. Se sentó desanimado, con la espalda apoyada en el ladrillo. Después se olvidó del muro.

 

Y así siguió con su vida en su pequeño espacio cerrado. Pronto olvidó que existiera algo del otro lado.

 

Al fin transcurrieron los años, atrapado en su metro cuadrado, hasta que de sí mismo también se hubo olvidado.

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