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Tormento

La densa nube volvió a apoderarse de mí, aplastándome con su inexplicable peso.


La oscuridad me rodea y, por más que me esfuerzo por enfocar la vista, no consigo distinguir ni la palma de mi mano.


Eso es algo que me carcome por dentro; no estar completamente seguro de si tengo un cuerpo o no. Sin embargo, lo último no es posible.


Cierro los ojos en busca de un descanso que nunca llega. Aunque mis párpados están sellados por completo, tengo la constante sensación de que mis ojos siguen buscando la luz en las tinieblas.


Si pudiera ver algo, cualquier cosa, me distraería y, tal vez, lograría encontrar un alivio de mi otro martirio; porque en mis oídos retumban incesantemente los alaridos desgarradores de los cruelmente asesinados.


Intento dejar de oírlos, quitarlos de mi cabeza pero, cuando lo hago, me asaltan imágenes abrumadoras. Miles de ojos llorosos desfilan frente a mí, par tras par.


En sus miradas se distingue la súplica del que clama por su vida y, en cada pupila se refleja el rostro de su implacable opresor.


Me esfuerzo por reconocerlo con inmenso terror. Lenta pero inexorable, la verdad se va abriendo paso en mi mente atormentada: el asesino soy yo.


Una llama de intenso fuego se esparce como veneno por mi interior y, el ardor que me inflige aumenta a medida que la conciencia de mi crueldad y de la inocencia de mis víctimas se hace total.


Con indecible horror comprendo que el dolor desaparecerá y que pronto me encontraré otra vez tratando de hallar un rayo de luz en la densa nube de tinieblas. El mismo proceso se repetirá mañana y al día siguiente, y el próximo.


Nunca creí en el lago de fuego y azufre. Un lugar con fuego inextinguible no tenía sentido hasta hoy.


ESTO DEBE SER EL INFIERNO.

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