Sueños
Cerró el libro con un suspiro. Entonces, se levantó del sillón y, abriendo espacio entre dos libracos de lomo desgastado, lo guardó en el segundo estante de la biblioteca.
Durante algunos segundos, clavó los ojos, pensativa, en el estante de abajo. Le había tomado un buen tiempo acabar con todos los títulos interesantes que ahora descansaban allí, en el primero y más bajo de todos los estantes.
Siempre devoraba las páginas con impaciente velocidad pero, pese a eso, cuando levantaba la mirada y contaba los estantes que aún le faltaban y que se extendían casi hasta el techo, un desesperante sentimiento de impotencia la invadía. Estaba ansiosa por leer todas esas páginas y absorber lo que decían. Había aventuras, romances, misterios, y también enciclopedias. Estas eran las que más la inquietaban. Quería saber todas las cosas que enseñaban: Historia, Química, Física, Matemática. Pero eran tan gruesos sus lomos que el simple cálculo del tiempo que le tomaría leerlas conseguía aterrarla.
Aunque varias veces había emprendido con interés el estudio meticuloso de las enciclopedias, pronto su determinación había sucumbido ante la curiosidad por las aventuras atrapantes que parecían ofrecerle otros tomos con títulos más tentadores.
Desde que había aprendido a leer por sí misma, había descubierto que, aunque quizá menos útil, la verosímil ficción podía ser mucho más cautivadora que la misma realidad. Mientras su vista recorría los tomos que todavía no había leído, se dio cuenta de que esa ocasión no sería la excepción: si bien ya lo había leído un par de veces, El pianista sin rostro volvió a ganarle a la siempre postergada Historia universal.
Con la mirada perdida, se preguntó qué le depararía el futuro. ¿Conocería a personas interesantes? Quizás viajaría. ¿Sería famosa? Tal vez viviera una gran historia de amor. ¿Entonces, sufriría? ¿Qué tal si enfermaba de algo grave? ¿Y si era engañada o traicionada?
A veces tener todo el futuro por delante le parecía maravilloso y emocionante. Sentía que un inmenso abanico de posibilidades se desplegaba ante ella de forma misteriosa. Pero otras veces, veces como aquella frente a la biblioteca, la incertidumbre se sentía como un agujero en algún lugar del pecho, una punzada en el estómago, un presentimiento de que su futuro sería más digno de ser leído en la Historia universal que en una novela.
Sin embargo, tan pronto como pudo, alejó de su mente ese pensamiento y, acomodándose nuevamente en el sillón, se dispuso a olvidar sus preocupaciones de la mano del pianista sin rostro.