Punto de vista
La mirada de Angélica era hermosa. Aunque sus compañeros de clase tardaron algún tiempo en darse cuenta apenas lo notaron comenzaron a disputarse su compañía. Pasar tiempo con ella, hablarle y escucharla dejó de ser una inclinación nacida de la mera curiosidad para convertirse en un verdadero deleite, casi una necesidad. Solo algunos minutos de conversación bastaban para que los ojos de la muchacha iluminaran todo a su alrededor. Era algo impensado, mágico. Pero no era solo una afición del sexo opuesto. Ni bien Angélica ponía un pie en el salón de clase, un ramillete de sus pares femeninos se aproximaba a ella como los pollitos a la gallina.
No sabían cómo, pero cada vez que hablaba transformaba el ambiente, aparecía el sol tras las nubes negras, se volvían amenos los profesores más plomos e incluso los alumnos menos agraciados parecían atractivos cuando los miraban a través de los ojos de ella. Era un don. Tomaba las tinieblas más densas y las convertía en luz.
Ninguno acababa de entender cómo aquellos ojos apagados conseguían irradiar tanta belleza, pero lo agradecían y se contentaban con disfrutarlo.