Otro mundo
Mientras esperaba que avanzara la cola, veía a las personas que estaban antes y después que ella. Todos tenían diferentes miradas, diferentes gestos, diferentes marcas.
Algunos manifestaban impaciencia. Mujeres se retorcían el pelo, jugaban con el carrito de la mercadería, retaban a niños inquietos, sacaban cuentas. Hombres se balanceaban sobre sus pies, sacaban y metían las manos en sus bolsillos, se cruzaban de brazos.
Otros esperaban con la mirada perdida, navegando en sus pensamientos por mares misteriosos. Estos eran los que más le llamaban la atención. Quería saber en qué pensaban. Siempre le había pasado lo mismo.
Desde niña, cuando lograba emerger de los recovecos de sus propios pensamientos, miraba a su alrededor y se preguntaba si los demás también tenían una mente así de complicada: llena de subidas y bajadas, de contradicciones insuperables.
Con el tiempo, seguía maravillándose cada vez que alguien expresaba de improviso ideas que ella no había anticipado. Le sorprendía no conocer los pensamientos de los otros. La sola idea de incluso poder atisbar tan solo apenas lo que sucedía en la mente de sus amigos y familiares le causaba irritación.
Le resultaba increíble que cada persona tuviera un mundo entero en su cabeza. Un mundo inaccesible y muchas veces insospechable. Era triste pensar que a veces, como ella, muchas personas estuvieran atrapadas en ese mundo, confinadas a la soledad de sus ideas y deseos más profundos.
Se preguntó si alguna de esas personas en la cola estaría pensando lo mismo que ella. Habría sido irónico estar viendo el mismo paisaje en dos mundos paralelos.