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Ostracismo

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Se colocó los auriculares apenas salió de su casa y caminó con rapidez hasta la parada del micro mientras la música retumbaba en sus oídos. Cuando por fin llegó el vehículo, se subió y pagó el pasaje mecánicamente.


La música seguía zumbando. Era la única forma que había encontrado para contrarrestar aquella debilidad suya. Sus padres siempre la habían regañado por la torpe curiosidad que desde niña la impulsaba a mirar el rostro de los desconocidos. Cierto día, su imprudencia había ido tan lejos que su madre tuvo que propinarle un buen codazo en las costillas para salvarla de una joven que, sintiéndose observada, casi le había devuelto la mirada. En esa ocasión aprendió que era peligroso mirar a los extraños a los ojos, pues no todos responderían con paciencia ante semejante provocación. Desde entonces, el volumen alto de la música conseguía mantenerla lejos de la tentación.


Al bajar del micro, se escurrió cabizbaja entre un mar de gente. Como solía hacerlo, se concentró lo más que pudo en el suelo que tenía por delante y, con el corazón en la boca, rogó que nadie se le atravesara. Pero entonces notó que otros pies se apresuraban a su lado y, espantada, aumentó la velocidad. Los pies sin rostro también se aceleraron. Quería mirar, saber de quién eran y por qué la seguían.


Unos segundos después, con claridad sintió un dedo que le rozó el hombro. Una impresión nueva y desconocida le llevó a preguntarse intrigada si acaso esa persona la estaba mirando... ¿Quién era? ¿Qué quería?... Un deseo apremiante, que hacía años no la dominaba, se apoderó de su mente. Repentinamente, ansió detenerse y darse vuelta para descubrir si el ardor que la estaba consumiendo provenía, como presentía, de los ojos de ese anónimo perseguidor. En ese instante, su debilidad de antaño estuvo a punto de imponerse, pero entonces una protectora y repentina punzada en sus costillas le dio el valor para huir corriendo de la tentación.

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