Nuevas perspectivas
El horizonte era casi negro ahora que perecían, junto con los últimos rayos de sol, algunos hilos anaranjados, delgados y discontinuos, absorbidos por una garganta de nubarrones negriazulados. Frente a sus ojos se extendía un océano infinito. Apenas podía verlo a la tenue luz crepuscular, pero podía escuchar el suave crepitar de las olas en la orilla. También podía oler la brisa fresca que impregnaba de humedad su rostro y que, pese a su aparente gentileza, anunciaba la violencia de la próxima tormenta.
Cuando avanzó descalza hacia la orilla, la sorprendió la firmeza de la arena bajo sus pies. Era la misma arena en la que venía hundiéndose desde hacía años, esa que solía transmitirle el agradable calor del mediodía y que, sin embargo, a menudo también le entorpecía el paso. Cerró los ojos un instante, para concentrarse por última vez en esa sensación tan familiar y, al abrirlos nuevamente, descubrió una inmensa luna que se abría paso entre las nubes.
Entonces respiró profundo, entró en el agua y, sin mirar atrás, se zambulló.