Letargo
Abrió los ojos lentamente. Sus párpados pesaban como plomo y la lengua, pastosa, intentaba moverse dentro de su boca. No sabía cuándo se había dormido.
Esos hombres seguían discutiendo a gritos y gesticulando con violencia. No se había perdido de nada. Todo estaba en el mismo punto exacto que recordaba. Probablemente solo había cerrado los ojos unos segundos, involuntariamente.
Los hombres ahora se golpeaban con furia y la temperatura del cuarto era insoportable. Se preguntó por qué no podía moverse. Sus ojos recorrían la habitación de un lado a otro pero sus pensamientos vagaban a su antojo sin que pudiera enfocarlos en nada.
Quería detener a su padre pero sus extremidades no le respondían. Tampoco podía articular palabra alguna. ¿Estaba durmiendo otra vez?
Sus sentidos embotados comenzaron a espabilarse y una punzada de dolor lo atravesó de punta a punta. Entonces, un alarido escapó de sus labios y, cuando quiso darse cuenta, ya se encontraba corriendo sin rumbo cierto con lágrimas de impotencia rodando por sus mejillas.