La voz autorizada
El hombre y la mujer llevaban varios minutos discutiendo. Ella estaba cansada de algunas cosas y él de otras.
Las manos de la mujer, sobre la mesa, se ocupaban de un bollo de pan cuya miga se desintegraba bajo la intensa y creciente presión de sus dedos. Cuando se decían ciertas cosas, él elevaba el tono de voz y ella lo seguía en un dúo espantoso y disonante. Las palabras, como cuchillas afiladas, se les escapaban a borbotones entre los dientes y entonces se oía un silencio breve mientras los argumentos eran sopesados y se preparaba el contraataque.
Al mismo tiempo, de rodillas en el suelo y con la cara enrojecida, un niño golpeaba rabiosamente sus juguetes contra las patas de la mesa.
La discusión continuaba y la tensión crecía. Entonces, el niño se levantó y gritó:
- ¡Basta!
El hombre le respondió:
- Salí de acá y andate a tu pieza. Los niños no se meten en las cosas de los grandes.