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Impotencia

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Llovía sin parar y una gélida ventisca arremetía contra los aventureros madrugadores que se encontraban ese día en la parada del micro.


Un indefenso cachorrito se revolvía inquieto y empapado entre los presentes, tiritando. Aunque solo sus inocentes y suplicantes gemidos desgarraban el silencio, las personas lo ignoraban pétreas, indiferentes, perdidas en sus pensamientos.


Solo una mujer lo observaba de reojo, de piedra por fuera pero de algodón en su interior. No podía hacer nada por él. Mientras lo contemplaba, de sus entrañas surgía esa asquerosa sensación, mezcla de angustia y de ternura, que había sentido ya tantas veces; de desesperación, de frustrada empatía, de rebeldía. No podía llevarlo consigo. Una muestra de afecto hubiera sido cruel en esa situación, negligente. Sabía que no duraría mucho en las calles, que pronto sucumbiría ante el hambre, el frío o algún auto y no sería el último ni el primero.

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Se contuvo y una vez más lloró por dentro.

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