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Fascinación

 

Estaba muy cómodamente sentado, casi desparramado en el sofá. Su mentón descansaba sobre su pecho, según lo disponía la inclinación de su cabeza dormida.

 

¿Debía despertarlo? Tal vez... Pero era tan delicioso verlo de esa manera: indefenso, vulnerable, sin ninguna coraza.

 

Sin querer y un poco sin darse cuenta, se había acercado a observarlo.

 

En realidad no era lindo. Su cara era demasiado cuadrada, sus rasgos, demasiado toscos. Sin embargo, algo que no terminaba de adivinar le resultaba atractivo.

 

De pronto recordó una ocasión similar. Entonces era ella quien dormía y, al despertarse, él la observaba con risa contenida. Ella se había enojado y había corrido al espejo del baño y confirmado sus sospechas: su cara estaba llena de rayas de colores. Ante su indignación, él había seguido riéndose.

 

¿Era la hora de la venganza? Le dio risa pensarlo. Pero no era eso. No era vengarse lo que quería. Solo quería sentirse poderosa, que él reconociera que nadie podía atreverse a jugar con ella.

 

Dormido, sus pestañas se veían muy largas. Antes no había notado que lo fueran. Siguió mirándolo atenta. Su pecho subía y bajaba levemente mientras respiraba con ritmo acompasado.

 

¿Estaría soñando algo? Le hubiera gustado saberlo. Muchas veces él le parecía indescifrable. Cuando estaba despierto y hablando, cada cosa que pensaba y decía era fascinante para ella, tanto si la entendía como si no. Y, aunque ella se daba cuenta de que no todo era en verdad tan interesante y profundo como ella lo percibía, igual se dejaba llevar por ese ingenuo y feliz estado de aturdimiento. Por eso le gustaba verlo cuando dormía, porque todo sobre él le parecía más sencillo, más real.

 

En ese momento, de rodillas junto al sofá viéndolo dormir, ella era plenamente consciente de su propia importancia. Pese a todas las técnicas y estrategias que él usara para obnubilarla estando despierto, ella se sentía dueña de su sueño.

 

Presa de una curiosidad magnética y casi sin respiración, ella continuó acercándose inevitablemente a él.

 

Cuando sus rostros estaban a escasos centímetros de distancia, él abrió los ojos repentinamente y no había ninguna sorpresa en su mirada.

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