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Esperanza

El hombre salió cabizbajo de la oficina. Ese también iba a llamarlo después.
Con la cabeza gacha recorría el camino de vuelta a su casa. Sus manos sudorosas se revolvían inquietas en los bolsillos, ansiosas de trabajar en lo que fuera. Ciertamente aún había cosas por hacer en casa pero necesitaba dinero. Lo que le quedaba apenas alcanzaba para comer. Debía pagar cuentas acumuladas y el propietario comenzaba a impacientarse por los meses atrasados de alquiler.


El recorte de personal tres meses atrás había sido un desastre. Él ya tenía más de cuarenta, dos hijos y el secundario completo. No era suficiente. Nadie le daría trabajo a un viejo gastado y con tantos compromisos.


A dos cuadras de su casa, mientras avanzaba a paso lento, pateando piedras, divisó un rollito raído de papel. Sus ojos se clavaron en él al notar el color grisáceo. El corazón le dio un vuelco al comprobar su sospecha. Era un billete de cien. Al levantarlo pensó en el inocente que lo había perdido mas, al no ver a nadie, lo guardó agradecido en su bolsillo. Un nuevo resplandor iluminó su rostro. Mañana saldría de nuevo.

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