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El regreso

Cuando sus ojos lograron adaptarse a la luz, que se propagaba en abundante chorro sin dejar ni un resquicio de oscuridad, reconoció las calles y los rostros.


En un solo instante, volvieron a su memoria los recuerdos largamente perdidos, y entonces sus ojos se abrieron en ancho asombro. En su pecho estalló una revolución de gozo en cuanto la calidez del ambiente alentó en sus miembros el anhelo de volver a recorrer esa patria olvidada en el afán del sueño.


Los rostros conocidos la esperaban con las manos extendidas y sonrisas radiantes. Pero, antes de alcanzarlos, miró por última vez el camino de donde había venido.


Con gesto tierno y corazón agradecido, se despidió de la nave que la albergara. Ahora yacía abandonada y llena de las marcas del tiempo, y allí descansaría hasta el día del reencuentro.

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