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El llamado

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El olor de la lluvia impregnaba todo. La brisa refrescante que adhería las gotas a su rostro ya comenzaba a arrastrarla a tiempos remotos. Podía sentirlo, pero tardó en comprender. No era como lo había imaginado. Era como un desbordarse, una crecida del río de sangre que le corría por las venas. ¿Eso era el llamado? No podía ser. Ya no lo esperaba. Las ancianas le habían dicho que llegaría con la lluvia cuando se le retirara la costumbre mensual... Pero tras años y años de esperar en vano, lluvia tras lluvia, hasta su madre se había ido renegando de las falsas profecías. Y finalmente había llegado el día. Lo bueno era que ya no le daba miedo. Quince años de largas tormentas que acababan sin remedio con una mezcla de alivio y decepción habían agotado su capacidad de temer. Ahora que su destino por fin la alcanzaba, lo único que lamentaba era haber permitido que los fantasmas de ese pasado lejano que acabaría siendo su único futuro le hubieran impedido disfrutar del presente que no tendría más.


Pronto las voces de los esperados ancestros comenzaron a hacerse presentes en su mente. No venían solos, sino con sus olores y colores. Traían con ellos sus ríos y sus mares, sus lluvias y sus truenos, sus árboles, sus soles. No quisieron decirle por qué había sido elegida ella como puente ni por qué venían con tanto retraso, pero a medida que iban llegando algo fue ensanchándose en su interior. Las ancianas se habían equivocado. Debía haber un error. Ahora podía escucharlos con total nitidez, olerlos, saborear sus manjares. Los sentía como parte suya. Pero ella seguía ahí. Estaba claro que se habían equivocado. ¿O ese era el llamado?

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