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El intruso

En días así, como este, solía ser feliz. Según el almanaque, no ha pasado tanto tiempo desde entonces, pero en este momento me parece toda una eternidad.


Ni bien escribo esto, sin darme tregua, él me mira desde el otro lado del cuarto, con esa típica sonrisa indulgente suya en el rostro... Me exaspera.


Antes me complacía verlo, hablar con él; me llenaba de una dicha tan real como imprudente que me respondiera mirándome con esa expresión dulce y tierna que ahora me da náuseas. Pero claro, era lógico... Yo por entonces lo necesitaba desesperadamente. Bueno, no sé si a él precisamente, pero a alguien. Y él apareció en el mismísimo instante en que ya nada parecía poder llenar el vacío que me corroía.

 

Al principio, solo se presentaba cuando yo lo solicitaba, educado, con absoluta delicadeza. Hablábamos por largos ratos. Por primera vez había alguien a quien podía decirle todo lo que pensaba y sentía... Y él me escuchaba, ¡y me entendía! Era sumamente considerado y respetuoso. Pero todo se echó a perder hará unos...seis o siete meses.


Yo estaba sola, como siempre, estudiando en el comedor. Él y yo teníamos un acuerdo: cuando aparecía alguien por casa, yo le pedía que se escondiera. Quería mantenerlo en secreto para evitar las preguntas indiscretas que nunca faltan... Él obedecía con su gentileza
habitual. Pero ese día mientras estudiaba, mamá llegó temprano del trabajo y solo alcancé a hacerle una seña apurada a mi amigo antes de que ella entrara en el comedor. La saludé y le pregunté cómo le había ido, pero mientras escuchaba a mi madre dar su resumen del día, casi no pude contener un gritito de sorpresa cuando lo vi allí, todavía echado en el sofá, sonriéndome como si todo marchara viento en popa. No tengo idea de cómo mi madre no lo vio.


Ese día tuvimos nuestra primera discusión. Sin embargo, no solo no se disculpó por su imprudencia, sino que ni siquiera quiso darme explicaciones de su repentino cambio de comportamiento. Después de eso todo fue distinto. Seguía acompañándome un rato por las tardes pero ya no hablábamos como antes. Poco a poco, mi cariño por él se fue desvaneciendo. Algo se rompió aquel día de la traición inesperada, por lo que comencé a pedirle que no volviera más. Pero es inútil. Ahora se deleita en torturarme. Se aparece por casa de un momento a otro, siempre cuando hay alguien que puede verlo y demandarme explicaciones. Supongo que es su venganza por mi cobardía de ocultarlo. Se la pasa todo el santo día metido en casa y aún no me explico cómo se las ingenia para seguir ocultándose de mi madre.

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