Decisiones
El joven caminaba lentamente, con la mirada clavada en sus zapatillas. De vez en cuando, la alzaba para espiar alguna vidriera de su interés, aunque esto no ocurría muchas veces debido a que, para esquivar a las personas que transitaban en sentido contrario, las sombras casi fantasmales que distinguía con el rabillo del ojo bastaban.
Sin embargo, después de algunas cuadras de ese caminar descuidado, un delicioso aroma se abrió paso hasta su cerebro y le obligó a levantar la vista. La fragancia penetrante del orégano, inconfundiblemente acompañado del queso y la masa, condujo su mirada hacia una pizzería que se erguía en la vereda opuesta. En ese fortuito instante, la vio.
Micaela caminaba con el mismo aire distraído que él, aunque ella sí se atrevía a despegar los ojos de sus propios pies.
Entonces, lo resolvió todo con insólita rapidez: si ella se cruzaba de vereda, la saludaría y la invitaría a salir a cualquiera de esos lugares que le gustaban. Ella le diría que sí, pasarían un momento agradable y hasta quizás, si la situación parecía propicia, le pediría que fuera su novia allí mismo.
Al cabo de unos segundos, él ya estaba imaginando cómo serían sus hijos, pero ese día ella no se cruzó.