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Cuando los cerebros dijeron basta

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Poco a poco, los humanos fueron prescindiendo de hacer cálculos mentales, de aprenderse los nombres de las calles, de recordar fechas y palabras nuevas, entre otras trivialidades.  ¡Para eso tenían la tecnología! Los cerebros tuvieron que aprender a buscarse otras ocupaciones, pues sus dueños insistían en que aquellas tareas menores no valían la pena: el tiempo era un bien escaso y las energías cerebrales debían reservarse solo para actividades relevantes.

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El nuevo afán por priorizar lo relevante dio lugar a toda clase de adelantos que ahorraron miles de horas. Sin embargo, mientras los cerebros más analizaban, menos actividades les parecían dignas de atención. Así fue como creció el aburrimiento entre ellos -ahora siempre insatisfechos- hasta que un día dijeron basta, y se rehusaron a seguir perdiendo el tiempo en calcular las velocidades y las distancias. Ese día, sí que fue relevante el caos que invadió las calles sin nombre.

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