Como una extraña
Caminaba por aquellas calles y me embargaba otra vez esa ilusión de ficción, esa incómoda sensación de no pertenencia.
Aquellos sitios y aquellas personas tan conocidos y cotidianos me resultaban ajenos, distintos, cambiados, como si fueran nuevos o hubieran pasado años desde la última vez que los vi. Y sin embargo eran los mismos. Todavía los conocía en cada detalle. Las personas todavía se acercaban a mí con la misma cordialidad y me incluían en sus conversaciones de siempre con naturalidad.
Pero mi mente ya no estaba ahí y mi corazón empezaba a distanciarse, como si un velo invisible se deslizara ante mis ojos y volviera borroso todo lo que siempre había sentido parte de mí.
Aún era parte de mí, pero yo empezaba a dejar de ser parte de ello.
Entonces, mientras me preguntaba si así sienten aquellos que están siempre de paso, percibí que se removían mis raíces. Fue un desprendimiento doloroso, pero en ese instante supe que era un abandono necesario.