Celos
Creía haberlo superado. Diana sabía que él no era para ella y había planeado rendirse en cuanto no le cupo duda.
Aun así, se veían todo el tiempo y ella lo espiaba ocultándose tras una fingida indiferencia. Si bien ya podía sonreír con cierta naturalidad y había logrado dominar su mal humor, se había engañado a sí misma.
Allí estaba él, buscando cualquier ocasión para tocar a aquella chica: ya le pegaba, ya la acariciaba o le apoyaba sutilmente la mano en el hombro; le prestaba, solícito, toda clase de atenciones.
Fue en una de esas ocasiones cuando Diana se descubrió mirándolos atenta, con el pecho lleno de melancolía. Deseó con todas sus fuerzas que la mano cálida de Martín se posara con disimulo en su hombro y no en el de aquella.
Entonces volvió a expandirse por todo su ser aquel impulso desesperado del que creía haberse liberado. A punto de quebrarse, trató en vano de escapar de esos sentimientos, mas otra vez los celos mordieron su corazón con dientes de fuego.