Autocompasión
El micro se detuvo ante su seña.
En realidad solo había levantado el brazo automáticamente. Estaba ensimismado, inalcanzable; encerrado voluntariamente en el ojo de un huracán que amenazaba constantemente arrastrarlo a través del valle del dolor y abandonarlo justo al borde del precipicio.
Aún intentaba tragarse las palabras de ella pero mientras más las masticaba más amargas le sabían.
Había llegado, como siempre, muy contenta pero tras la agradable charla trivial de todos los días le había confesado sonrojada que estaba enamorada "hasta el cuello" de Gonzalo. Él la había escuchado tranquilo y hasta le había hecho un par de bromas estúpidas, de las que ella se rió evidentemente encantada. Era correspondida. Sin embargo, él sabía que no podría sostener el engaño por más tiempo. En cuanto pudo se escabulló como un cobarde y caminó presuroso dos cuadras hasta la parada siguiente. No quería que ella lo alcanzara y siguiera jactándose de su felicidad.
No era su culpa, pensó. Él nunca le había dicho nada de su amor. Ella era solo una inocente enamorada que ignoraba hasta qué punto lo hería.
Volvió a ver mil veces en su cabeza los hermosos ojos de Daniela, brillantes de gozo y ansiedad mientras le contaba cómo Gonzalo le había pedido que fueran novios.
Aunque ya no aguantaba el dolor que le invadía, seguía sometiéndose de forma masoquista al mismo proceso una y otra vez. Recordar, sentir lástima por sí mismo, recordar. Recordar. La punzada de dolor que le había atenazado el pecho y el estómago se había convertido en una especie de ola poderosa que se agitaba sin cesar en su interior, destruyendo todo a su paso: hígado, corazón, pulmones, ilusiones.
Cuando llegó a su casa, se encerró en su habitación. Se tendió sobre la cama y dejó que sus recuerdos lo atormentaran. Ya no se trataba solo de Daniela.
Recordó con infinita pena a todas las Danielas que antes le habían roto el corazón, todos sus fracasos, sus temores e inseguridades. Se remontó a las tristezas de la niñez e hizo un inventario de todas las heridas acumuladas desde entonces, algunas ya cerradas, otras eternamente abiertas.
Se durmió sintiéndose roto, inútil e infeliz.